Memorias de un subdesarrollado

#MeTooEscritoresMexicanos

Canonicemos a los violentos; a los que hemos usado el caligrama para burlarnos de los feminicidios; a los abusadores; a los misóginos; a los amedrentadores; a los difamadores; a los manipuladores…

Norman Alburquerque

Santoral del mes de marzo. Intocables príncipes de la República de Letras y sus lastimosos lacayos. Becarios y ex becarios del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Álvaro Enrigue. Directores municipales de los institutos de cultura. José Quezada. Responsables de ferias regionales y nacionales que fomentan la lectura y la literatura. Jorge Mendoza. Directores de Tierra Dentro. Jaime Mesa. Poetas norteños. Daniel Sada. Columnistas y críticos. Renato Guillén. Docentes de universidades públicas y privadas. Cristian Padilla. Agentes editoriales. Felipe Galván. Miembros del Sistema Nacional de Investigadores. Víctor Toledo. Asesores de programas que estimulan la creación literaria. David Hiriart.

Miembros del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Francisco Martín Moreno. Dirigentes del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México. Pedro Salmerón. Coordinadores nacionales de literatura. Ignacio Solares. Encargados de la Dirección General de Publicaciones. Ricardo Cayuela y Julio Trujillo y Luis Reséndiz y Daniel Orizaga y Lutz Alexander Keferstein, y una interminable y escalofriante lista de nombres que han salido a la luz gracias a las valientes denuncias de sus víctimas, en su mayoría anónimas, que han sido compiladas y publicadas por la cuenta @MeeTooEscritores en Twitter.

Canonicémoslos.

Sí. Canonicemos a los violentos; a los que hemos usado el caligrama para burlarnos de los feminicidios; a los abusadores; a los que tienen camas en su oficina de redacción, pues uno es hombre y no sabe lo que se pueda ofrecer cuando se trabaja con colaboradoras y unos sixes encima; a los misóginos; a los que mandamos material sexual explícito a las alumnas que nos aceptan en Facebook; a los amedrentadores; a los que hostigan al amparo de la excusa del alcohol; a los difamadores; a los que cambiamos calificaciones por cafés o saliditas los fines de semana; a los manipuladores; a los que intentaron besuquear a su entrevistadora, una vez concluida la entrevista; a los que aplicamos el ghosting con frecuencia, más cuando sabemos que nuestra tallerista no nos encuentra sexualmente atractivos o porque su preferencia sexual es diametralmente opuesta a la nuestra; a los que tienen denuncias penales en San Luis Potosí; a los que difundimos información sexual de nuestras conquistas o los que han abusado de edecanes o asistentes enfrente de todos, pues de lo que se trata es de reforzar nuestra fragilísima masculinidad; a los que, en un arrebato irracional, le rompieron las dos patas a su perro, porque -según ellos- sufren de episodios psicóticos por culpa de su pareja en turno.

Y ya que estamos en eso, a los que usan el suicidio como medio de control; a los que menospreciamos las opiniones o vivencias del otro femenino, porque su naturaleza hormonal y su trayectoria no se comparan con la nuestra; a los depredadores de mujeres emocionalmente vulnerables; a los que insisten en invitarlas a su casa y tener relaciones sexuales; a los que nos gusta hacernos los informados y los “deconstruidos” en cuestiones de género, pero mantenemos en secreto que somos portadores de VPH o VIH y nos gusta penetrarlas sin condón, y pellizcarlas y rasguñarlas y estrangularlas y decirles que de ahora en adelante son nuestras putitas y nos acostaremos dos o tres veces al mes.

En fin, en un país donde hemos perdido toda la capacidad de asombro y normalizado cualquier tipo de violencia (somos indiferentes a la desaparición forzada de opositores del régimen o la corrupción de las altas esferas gubernamentales o que desaparezcan, día tras días, decenas, cientos, miles de mujeres, por mencionar sólo algunos ejemplos), canonizar los nombres de cada uno de los agresores que han sido exhibidos en los últimos días en Twitter nos ayudaría a no olvidar y a mantener visibilizado el problema, porque de algo estoy seguro, los denunciados gradualmente regresarán a su vida normal, cobijados por sus respectivas instituciones, y las voces de las afectadas quedarán únicamente como una dolorosa anécdota.

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